Click+Clack, Educación en emergencias, UNICEF

¿Quién es Delia y cómo está transformando la educación en el Catatumbo?

El 6 de enero de 2015, Delia Carrillo llegó a Colombia desde Venezuela cruzando la frontera por la Pica del Dos, una trocha no oficial para entrar al país por Norte de Santander. Por la Pica del Dos se llega al municipio de Tibú, Catatumbo, una zona fuertemente golpeada por el conflicto armado, el narcotráfico y el contrabando de gasolina.

Delia, al igual que muchas mujeres venezolanas de su comunidad, jamás imaginó que tendría que vivir en un asentamiento informal inundado por el barro y con enormes carencias en infraestructura. «Aquí nos tocó llegar por la necesidad, llegó la pandemia, no teníamos plata para el arriendo o la comida», comenta Delia. Después de varios años de habitar el asentamiento humano Nueva Esperanza 3, en Tibú, asegura que ese lugar ha transformado su propósito en la vida.

Esta mujer, lideresa del asentamiento y cabeza de una fundación llamada Fundación Generación Resilientes del Catatumbo, creó la escuela «Proyecto de Educación Mis Primeros Pasos». Delia, junto a otras compañeras y compañeros de lucha, detectaron un enorme vacío en la educación: niños y niñas migrantes desescolarizados por falta de documentación y por falta de cupos estudiantiles en las principales escuelas de la zona. No estar en la escuela en un escenario como Tibú, se traduce en niños y niñas que terminan en la calles, trabajando, recogiendo chatarra o siendo víctimas del reclutamiento forzado. Y particularmente en el caso de las niñas, embarazos desde los 10 y los 12 años de edad.

Aunque Delia nunca imaginó tener la vocación de enseñar, sintió la necesidad de hacer frente a esta realidad educativa reforzando aprendizajes básicos como la lectura y la escritura. No tenía la formación en pedagogía, tampoco el espacio o las herramientas pedagógicas, pero poco a poco y en conjunto con 12 lideresas más, lo que era tan solo un lote de tierra se volvió un espacio con paredes de plástico, techos de zinc, algunas mesas, adornos con materiales reutilizados, letreros coloridos y otros cuantos materiales educativos que fueron llegando poco a poco por donaciones.

Hoy, las 12 lideresas, madres de la comunidad, cumplen el rol de profesoras y auxiliares en dos turnos: de 8:00 am a 11:30, hacen clases con estudiantes de 4 a 7 años; de 2:00 pm a 5:00 pm, hacen clases con estudiantes de 8 a 14 años de edad. «Ninguna tiene formación», cuenta Delia, «pero ahora contamos con el apoyo de Click+Clack y Unicef, quienes nos están formando para poder enseñarle a los niños», añade.

Su tiempo, sus recursos, sus ideas… Delia, además de estar formándose en educación inicial, ha invertido todo lo que tiene para convertir la escuela en un espacio seguro, un espacio, afirma, del cual los estudiantes nunca quieren irse. Por eso, ha sabido aprovechar cada cosa que llega a sus manos para transformarlo, en conjunto con sus compañeras, en algo muy poderoso. Así, algo tan sencillo como una cartilla de La Aldea, cobró vida en forma de títeres creados por Berta, la madre de Delia. Los títeres se han convertido en una herramienta pedagógica muy valiosa; son aprendizaje, reflexión, risas, juego, creatividad, arte, un gancho para afrontar las emergencias del contexto, de una manera diferente y divertida.

«Los niños están aprendiendo… están aprendiendo a expresar lo que sienten, lo que les duele, lo que les pasa. Antes eran demasiado tímidos, pero a través del canto, a través de la dramatización y los juegos, han ido experimentando esa sensación de ‘sí puedo lograrlo’. Ahora, cuando repartimos papeles para que interpreten a los títeres, todo quieren se parte», cuenta Chely, cofundadora y lideresa de la Fundación Generación Resilientes del Catatumbo.